

Por Mauricio Gutvay
Al periodista deportivo se le nublan los ojos producto de la emoción. Repregunta. Sabe que un buen periodista siempre tiene que repreguntar. Lo sabe por la experiencia adquirida durante más de una década frente a los micrófonos en las radios de Quines. Lo sabe por los libros y los profesores de sus estudios superiores de los que se graduará este año..
Pero no es por esto que el periodista repregunta. Lo hace porque las palabras de la campeona lo han tomado por sorpresa. Sencillamente, repregunta porque no lo puede creer. Vuelve a preguntar casi balbuceando. Igual que el niño al que le dicen que le van a obsequiar algo increíble.
-¿En serio? – indaga asombrado.
Y la campeona sonríe. Sonríe y le contesta que sí. Que es en serio. Que le va a regalar la medalla de oro que acaba de obtener en el Panamericano de menores en Brasil.
Los protagonistas de la charla son Marcelino Oros y Francesca Floriani. En el estudio también están el co-conductor del ciclo, Carlos Acri, y el papá de Francesca, Fabian. A través del éter y de las redes, somos testigos los oyentes y televidentes.
Y la cámara no enfoca a Marcelino que se queda sin palabras. Pero si a los ojos buenos bien abiertos de la campeona. Y ese es el instante cuando a uno se le infla el pecho de orgullo. Porque el ídolo se recibe de ídolo no solo dentro de la cancha, si no también con gestos enormes como el del viernes.
Francesca Ana Floriani tuvo este viernes un enorme gesto de humildad y desprendimiento.
Nadie puede poner en dudas los merecimientos de Marcelino Oros para recibir semejante caricia al alma como periodista deportivo. Sabemos de su generosidad. Porque como colegas, nosotros también conocemos de lo difícil, necesario y muchas veces ingrato que es el trabajo de periodista en el interior del interior.
Pero aún así, que Francesca haya descolgado de su pecho la medalla que tanto sacrificio, sudor y amor le costó no tiene precio.
Porque además, está claro que a Francesca nada le vino ni le viene de arriba en su carrera. Sin ir más lejos, tuvo que vender números de rifa para poder viajar a Camboriú. Y aún todavía sigue vendiéndolos. Ver que a alguien a la que (casi) nadie le da nada, tener semejante acto de desprendimiento, es realmente para aplaudir.
Seguramente Marcelino Oros no se va a olvidar por mucho tiempo de la noche del viernes.
Y los que escuchamos o vimos el programa aprendimos una excelente lección.
Porque es bastante fácil ser humilde cuando no tenés nada. Pero es un cuesta arriba ser humilde para los que suponen tener cosas de valor, porque todas esas cosas impiden o dificultan la visualización de sus limitaciones.
La mejor forma para desarrollar la virtud de la humildad es el desprendimiento. Porque desprenderse no es regalar, es compartir, y no es fácil entender el delgado límite entre una y otra cosa. Y Francesca desde sus 15 años lo entendió.
Ser agradecido es esencial para apreciar y disfrutar plenamente la vida. Agradecer lo que somos, lo que hemos conseguido, lo que tenemos, las personas que nos rodean. Nos hace vivir en armonía con nuestro entorno y con un alto grado de bienestar.
El secreto está en ser capaces de dar las gracias sin que ocurran hecho extraordinarios. Así se consigue estar más contentos sean cuales sean las circunstancias de nuestras vidas. Nada más y nada menos.
Te felicito por el gesto, Francesca. Ojalá algún día la tenga tan clara como vos.
Este viernes. gracias a vos (aún viéndote sin la paleta) me fui a dormir con una sonrisa.
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