En cuarentena, quedate en casa. Desde Norte Puntano, te compartimos textos de autores de la región.
Maby Ibañez nació en Luján. Desde pequeña su amor por las las letras la hizo una lectora apasionada. Fue con el paso de los años que pudo cumplir uno de sus más grandes sueños, convertirse en autora. A principios del año 2019 publicó su primer libro y actualmente se encuentra trabajando de lleno en dos obras literarias prontas a publicarse.
El duende enamorado
La fresca tarde de primavera se había tornado laboriosa para Adú, el pequeño duende encargado de cuidar el jardín de la vieja casona. Entre herramientas, suaves silbidos, la tierra seca en verde se iba convirtiendo, pues todo lo que Adú tocaba, cobraba la hermosura de la naturaleza. Pequeño caballero de ojos celestes, de su estirpe el más sabio, con sus manos forjó la luz y con sus instrumentos reflejó su oficio en pura belleza.
Pero el momento inesperado se había ocasionado, nuevas personas habían llegado a la antigua casa. Ya era entrañable para Adú, que en dos años no hubiera nadie ocupando ninguna de las oscuras estancias de la mansión. Ruidos, risas y pilas de cajas por todos lados… realmente estos extraños se estaban instalando. Adú, curioso observaba todo a la distancia, escondido debajo de una frondosa rama de sauce llorón. ¡Nada se escapaba de la mirada de águila de Adú! O por lo menos él creía eso…
Una delgada silueta de mujer, dos niños, un perro y el bullicioso evento que denotaba aparente alegría. Y allí, el duende sumergido en viva entrención, sintió que la brisa fresca traía a sus oídos lo que parecía la melodía más bella, la cautivante voz de la dama que cantaba en el interior de la morada.
— ¿Por qué le era tan encantadora y familiar esa voz? —Se preguntaba Adú, mordiéndose las uñas.
Desde ese momento ya nada volvería a ser como antes…
Cuando la noche cayó sobre el jardín, dentro de la casa de Adú solo se escuchaba un sonido constante, el corazón del pequeño duende latiendo enamorado. Pensativo, el pequeño recordó a su hada Helena, su fiel compañera de aventuras. Con ella lideró un grupo de criaturas elementales que luchaban contra la destrucción de su hábitat. A tal punto que ella, había tomado la decisión de extinguirse y retornar como un ser humano. De esa manera podría sumar a la causa desde otro lugar. Por lo que al poco tiempo pereció, y cuando ya estuvo unida a la naturaleza, el pobre Adú solo pudo guardar su cálida voz, en el cofre de los recuerdos.
¿Podría ser cierto? ¿Que por cosas del destino, su hada habría vuelto a la casona convertida en mujer?
El trinar de las aves de la resplandeciente mañana, hizo que Adú, de un salto se alistara para comenzar su jornada. Pero esta vez tenía un nuevo propósito: conquistar a la ladrona de su sueño, que tanto le recordaba a su Helena. Ese espíritu noble y protector que se marchó tan pronto de su vida. Y silbando como siempre, comenzó a recorrer los senderos del frondoso jardín, ansiando el momento para acercarse a ella. Las horas de la mañana pasaban y pasaban, pero Adú no escuchaba nada, quizás todos estaban durmiendo.
— ¿Por qué la gente está acostumbrada a dormir tanto? —se preguntaba insistentemente el duende Adú; ya no soportaba más el silencio… Afortunadamente el rechinido oxidado de la cerradura, alertó a Adú, y detrás de la puerta vio salir a la mujer más deslumbrante. Un diminuto suspiro hizo volar las mariposas de todo el jardín.
Adú estaba flotando sobre una nube de sentimientos y no intentaba comprender lo que sucedía en su pecho, porque ya lo sabía. No podía darse el lujo de perder esa mágica oportunidad. Era ella…
— ¿Cómo puedo hacer para acercarme y darle un beso? — pensaba Adú, sin darse cuenta que Helena ya había regresado a su casa.
Un nuevo día, segunda noche de Adú sin dormir.
— ¡Manos a la obra, se ha dicho! — el pequeño estaba dispuesto a acercarse a ella a como dé lugar. En lo que duró la velada, había ideado un plan sumamente ingenioso, para ello tomo la flor más grande del jardín y con mucho entusiasmo la sacudió sobre dos ramitas del suelo, bañándolas de dorado polen. Y cuando las puso debajo de sus brazos, se subió a una roca bastante alta, y de un aleteo se convirtió en mariposa.
Revoloteó y revoloteó por largos minutos cerca de la vieja casa, hasta que por fin, la delicada ladrona de sus sueños salió a regar el jardín de rosas. Al ver esto, Adú no pudo aguantar ni un segundo, tanto que apenas la vio, se posó sobre su nariz. Pero solo un estornudo bastó para apartar al pequeño insecto de su lado, haciéndolo dar mil volteretas por los aires. Fue la reacción nunca esperada.
— Misión fracasada… — se decía a sí mismo el duende, mientras regresaba a su casita.
La mañana tercera era la indicada, ya nada podía fallar, toda una noche de planeación en vela le parecía suficiente para poder acercase a ella. Para él no existían los imposibles, y sabía que al igual que sus ancestros, con los elementos indicados, podría convertirse en el animalillo que quisiera. Estaba férreamente decidido, su cuerpo brioso de motivación, por lo que salió en busca de un par de plumas de pichón. Una en cada mano sirvió para convertir a Adú en un ave colorida.
— ¿Quién se resiste a un ejemplar tan precioso? ¡Hoy me dará su cariño, de eso estoy seguro! — expresaba Adú, mientras estiraba y ordenaba con su pico las plumas de sus vistosas alas.
El sonido de la cerradura otra vez, pero para su desconcierto era uno de los niños que salía de la casona; llevaba una regadera y una palita chistosa. Adú pensaba que era una excelente oportunidad para acercarse a su querida, ya que quedaba sola podando las enredaderas junto a la puerta. Las circunstancias se volvían cada vez más propicias. Pero en ese instante, el crujir del cristal del corazón del pequeño, retumbó en todo el jardín. Ya qué cuando estaba a punto de posarse frente a ella, repentinamente fue atacado por un rabioso cuervo que lo dejo maltrecho y asustado.
Cuarto día, un jardín apagado y lleno de malezas, reflejaban al dolido y desdichado Adú. Si bien, su amargura se debía al estornudo y al cuervo, sus sentimientos le indicaban que no debía rendirse. Era la última oportunidad, pues sabía que la magia no debía usarse con fines egoístas, pero ya no había vuelta atrás. Y parándose en el medio del patio, esperó por mucho tiempo, hasta que por fín escuchó la cerradura de la puerta, esta vez era ella… El corazón de Adú vibraba tan rápido como el aleteo de un colibrí, su querida venía hacia él. Y firme en medio del seco jardín, el pequeño duende sacó de su morral unos pétalos de margarita, y recordando su larga vida, se convirtió en una bella flor.
Aquella mujer había quedado enamorada de esa flor tan blanca y radiante, que no dudó en cortar y colocarla en su cabello. Adú al fin estaba donde nunca antes había imaginado. Pero como todo lo hermoso dura poco, para su desdicha, con cada minuto que pasaba, un pétalo se perdía, y de a poco así Adú iba muriendo. Ya al final del día, a Adú le quedaban solo dos pétalos de vida, y por cierto, no se arrepentía de ello, porque había vivido por su jardín y no había desperdiciado su oportunidad de amar. Y fue allí cuando la mujer sacó la pequeña flor de su cabello, volándose su último pétalo… Adú se fundió en el viento diciéndole adiós.
Al día siguiente, toda la familia estaba contenta, porque jamás habían visto un jardín tan verde y lleno de vida. Y en el medio del patio donde una vez estuvo el arrojado Adú, una blanca margarita se había erigido como el símbolo más puro del amor.

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