
Por Dr. Gastón Oviedo*.
Existen muchas alternativas para evaluar el desarrollo de un pueblo, desde índices de desarrollo económico como el PBI, índices de pobreza y alfabetización, distribución de la renta, ingresos per cápita, entre otros. En los últimos años se ha pretendido tener una visión más holística e integral usando nuevos indicadores como el bienestar social; esto es la satisfacción de las necesidades humanas, tanto individuales como colectivas, que incluirían el trabajo, la vivienda digna, el cuidado medioambiental, y la salud pública. En este último punto es en el que quisiera hacer hincapié. Lamentablemente, nuestro país tiene un sistema de Salud absolutamente fragmentado y desigual. Existen tres subsectores: la salud pública brindada por los estados municipales, provinciales y nacionales; las obras sociales sindicales y los seguros de salud. Estos tres actores tiene absoluta independencia y descoordinación entre sí, pareciendo por momentos que las políticas sanitarias solo pueden aplicarse en el ámbito público. Según datos del propio Ministerio de Salud de la Nación, el sistema público asiste al 40% de la población. Los seguros privados de salud o prepagas absorben un 16% de la atención y el de las Obras Sociales, estatales y sindicales, un 44%. Sin embargo esto tiene muchísimas variabilidades regionales, cómo ejemplo, en Provincias como Formosa o La Rioja el 58% es asistida por el sistema público, mientras que en CABA este porcentaje cae al20 %.
La relación entre médicos y población en Argentina es de 40,5 médicas/os cada 10 mil habitantes. Los datos proporcionados por OMS para el año 2017, indican que el promedio en la región de las américas es de 23,3 cada 10 mil habitantes, según lo cual Argentina superaría incluso al conjunto de los países europeos que cuentan con 33,8 profesionales de medicina cada 10 mil habitantes. Evidentemente, no es el foco del conflicto el número de profesionales, sino la distribución de los mismos, concentrándose sobre todo en los grandes centros urbanos. El gasto en salud tiende a crecer en el mundo desarrollado y en vías de desarrollo por el aumento de la demanda y el aumento del costo de las tecnologías sanitarias que se incorporan a los servicios médicos. Sin embargo, el recurso más escaso, valioso y difícil de obtener es el personal de salud. Un individuo tiene que estudiar 6 o 7 años, para después intentar acceder a una residencia, espacio vital de formación y aprendizaje, lo cual conlleva al menos otros 4 años, continuando además durante toda la vida profesional la necesidad de actualización y perfeccionamiento. Pocas actividades requieren tanto compromiso y esfuerzo.
A pesar de todo lo anterior, actualmente la mayoría de obras sociales y prepagas abonan al médico menos de 1000 pesos por consulta. Me ha tocado escuchar frases cómo “uds se deben a su vocación;… o te estoy pagando tu sueldo, etc, etc”. Indudablemente existen distintas motivaciones para estudiar medicina, incluso económicas, pero algo claro es que nadie elige este camino ni tolera ciertas situaciones por otra cosa que no sea vocación. Elegimos nuestra actividad, pero lo que no hacemos es elegir las condiciones (malas habitualmente) de nuestro trabajo, ni el maltrato (de nuestros empleadores y a veces de los propios pacientes). Este maltrato, más los sueldos magros y el poco reconocimiento recibido en los años que pasamos de pandemia, afectó la salud física y psicológica de todos los miembros del equipo de salud, pero especialmente de los residentes y personas jóvenes, y llevó a que muchos de estos, que serían de enorme valor para impulsar una salud de calidad entre nuestro pueblo, hayan desertado.
Una publicación, entre muchas que pusieron en evidencia el impacto de la pandemia en el equipo de Salud, fue la de la Revista Argentina de Cardiología del año 2021, del Grupo de Trabajo del Consejo de Insuficiencia Cardíaca e Hipertensión y del Consejo de aspectos Psicosociales de la Sociedad Argentina de Cardiología, que concluyó sobre una encuesta a 1221 individuos, que la misma generó un aumento de la depresión, ansiedad, Burnout y hábitos de vida no saludables en los trabajadores de salud encuestados. Otro dato objetivo a considerar es que están quedando vacantes sin ocupar en muchos centros de formación, particularmente en áreas clínicas y de atención primaria, tal es el caso de pediatría, medicina familiar o clínica médica. O sea, se va a resentir en poco tiempo el primer nivel de acceso a la salud, en el que además se resuelve al menos el 80% de las consultas.
No podemos obviar el contexto socioeconómico actual, hecho que deterioró no solo nuestra condición sino de todas las comunidades en las que trabajamos. La pobreza es posiblemente el determinante individual más importante de salud, y afecta fundamentalmente a las poblaciones de riesgo, esto es niños, mujeres embarazadas, ancianos, individuos con enfermedades crónicas, entre otros sectores.
En mi área en particular, la situación es mucho más preocupante, ya que en menores de 15 años la pobreza en el primer semestre del año llegó al 50,9%. También ya es posible advertir un aumento en la incidencia de enfermedades transmisibles y no transmisibles relacionadas con el hacinamiento y la pobreza, cómo la Tuberculosis, esperándose para esta última un número de casos mayor de lo previsto.
En conclusión, la enorme desigualdad en la distribución de profesionales, el sistema absolutamente arcaico, la situación socioeconómica, los salarios y las condiciones de trabajo, más la pandemia que atravesamos, hizo mucho más evidente el estado absolutamente crítico de la Salud en Argentina, especialmente de los trabajadores de la salud, por lo que es fundamental reevaluar y revalorizar las condiciones de trabajo, de contratación y el rol de todos nosotros, fundamentalmente de los que nos desempeñamos en la salud pública. “…Si el cumplimiento de los derechos de los pacientes se basa en el incumplimiento de los derechos del personal de salud, entonces no hay salud posible”.


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