Trabajó en distintas provincias. Una escuela de Comodoro Rivadavia lleva su nombre. Conocé su historia.
Gabina del Carmen Suarez de Magallanes fue una docente quinense que trascendió a nivel nacional. Una escuela de Comodoro Rivadavia lleva su nombre: la Escuela Nº 91 ubicada en el Km. 5 de esa ciudad.
La escuela se fundó el 17 de mayo de 1926 y fue instalada originariamente en territorio perteneciente a la Dirección General de Minas y Canteras que luego paso a ser Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) y al inaugurarse, hace casi un sigo, ella fue la primera directora.
Sus padres fueron Don Rafael Suárez y Doña Lorenza Leyes. Vio la luz el 19 de febrero de 1890, fue la tercera de diez hermanos. Recibió las primeras letras en el aula de un maestro de verdad, su tío, Don Cristóbal Pereyra.
La casa natal de Gabina del Carmen Suárez era la que, contigua a la Iglesia vieja, en la misma esquina, miraba al frente de la Plaza Vieja. Era de adobe- hoy en ruinas.
En un manso caballo, iban a la escuela hasta cuatro o cinco hermanos. En el modesto hogar rural había una meta definida para los hijos: “Cultura”. Cuando se cumplió el ciclo escolar que el pueblo podía ofrecer llegó la hora de buscar mejores y más amplios horizontes, su madre, Doña Lorenza, ya viuda y con diez hijos dispuso que la niña estudiara en la ciudad de Villa Mercedes, algo que con mucho esfuerzo consiguió.
En la “Escuela Normal” de Villa Mercedes, terminó la escuela primaria y cursó tres años de enseñanza secundaria, pasando luego a la Escuela Normal de Profesores de la ciudad de San Luis. Así obtuvo los títulos de: “Maestra Normal Nacional” y “Profesora Secundaria”, para el año 1911.
A esta Escuela, la “Paula Domínguez de Bazán”, en ocasión de celebrar sus “Bodas de Diamante” – 1959- volvió, ya anciana, para reencontrarse con sus condiscípulas, haciendo uso de la palabra como exalumna.
Vuelve al solar natal, esta vez para hacerse cargo de su primer destino docente: Maestra de la “Escuela de Niñas” de Quines. A este cargo renuncia en 1915, para tomar la cátedra de: “Dibujo y Caligrafía” en la “Escuela Normal Mixta” de San Francisco del Monte de Oro, también en San Luis.
Allí conoce a Edmundo Magallanes, como ella, proveniente de un hogar rural, hogar que era un inmenso predio que llegando a los límites de San Juan, figuraba en los mapas como: “Estancia El Mollarcito”.
Allí el padre era un caudillo: Don Juan de Dios Magallanes, pero también hubo una madre dulce y santa: Doña Esperanza Espinosa.
Quisieron formar un hogar y un destino común, así fue como se casaron el 20 de octubre de 1917.
Es entonces cuando se le ofrece la oportunidad de trasladarse a la Patagonia, ante lo cual no vacila un instante, pese a lo que significa abandonar una posición cómoda y segura, apoyada en la familia y el terruño, para afrontar lo desconocido y, por entonces, aún dudoso, como esto de afincarse en una lejana, inmensa llanura desolada e inhóspita.
Su acendrado patriotismo, su apasionado espíritu docente y su profunda inclinación al servicio de sus semejantes, le hicieron comprender las inmensas posibilidades que se le abrían en aquella porción de la amplia geografía del País.
No hubo temor a las distancias o al alejamiento, porque iluminando su camino llevaba la antorcha de su vocación y coraje. Así es como se dirigen primero por tren hasta Buenos Aires y desde allí por mar, en el barco “Camarones” que tras seis días de navegación, los deja en aquellas playas lejanas y desconocidas. Este fue al mismo tiempo su viaje de bodas, y la Patagonia su nuevo hogar.
Apenas llegados comenzó la lucha. Fueron años de llevar muy altos los ideales para no desfallecer. Diversos destinos supieron de su entusiasmo, energía, decisión y espíritu de patriotismo: Maesteg, Gaimán, Triorky, Trelew, Holdich… afrontando los agresivos vientos de las planicies, cuando no, las crueles nevadas de la Cordillera, siempre como una real pionera de alfabeto, haciendo suyo el ideario sarmientino, como una cruzada educadora, integrando en un solo fervor de Patria a extranjeros y aborígenes.
Así llega 1926 cuando recibe Gabina del Carmen Suárez de Magallanes, la misión de echar los fundamentos en una escuela en Valle “C”, zona de Y.P.F. en Comodoro Rivadavia.
Nada de temores al traslado o a la misión; si, empuje y entusiasmo renovados y allí van con su carga de pequeños hijos que ya suman cuatro: Raúl Argentino, Blanca Livia, Carlos Eduardo y José Enrique, más un sobrino, Aníbal Díaz, del que se habían hecho cargo.
Así fue como se iniciaron con verdadero fervor patriótico las actividades de la nueva Escuela; la Nº 91 – era mayo de 1926.
Auténtica pionera, sin alardes, ofrendó todo su entusiasmo y su saber a la obra que se le había encomendado.
Hubo otros destinos posteriores, otras fundaciones, ya sola Gabina del C. S. de Magallanes.
Como Holdich, con su paisaje nevado y su clima extraño, luego en “La Pampa” primero en “Anzoátegui” en el límite con Río Negro, después la Nº 112 de “La Francia” que antes se llamó “La Selva Negra”, en JACINTO ARAUZ.
Ya en Anzoátegui como luego en La Francia tuvo, entre otras satisfacciones, la muy espiritual para su sentimiento cristiano, de brindar, en su hogar o en un aula, albergue y comodidad para los oficios religiosos a quien fuera el santo misionero de La Pampa; el sacerdote salesiano don ANGEL BUODO, a quien ayudaban en la Santa Misa los propios hijos de doña Gabina.
Cada nuevo destino renovaba su entusiasmo, su espíritu de lucha y sacrificio, con el fervor docente que caracterizó su acción.
Asimismo, muchas veces su solidario espíritu la llevó a sumarse a tareas extra-escolares, sociales o gremiales, así fue como llegó a ser socia fundadora de la “Casa para los Maestros”, hoy desaparecida, que brindó por mucho tiempo, en la Capital, un hogar para los docentes del interior.
También fue de las pioneras en la “Mutualidad del Magisterio” y miembro de la “Asociación de Maestros de La Pampa” confederada entonces en F.A.M.A., Federación de Asociaciones del Magisterio Argentino.
En su largo batallar, así como conoció todos los climas, supo de sinsabores y también de alegrías y satisfacciones.
Fue de la raza espiritual de los que llevan muy alto su estandarte de MAESTROS VERDADEROS, sintiendo siempre que su labor docente daba hondura a su vida y a su alma, al par que jerarquizaba los días de su tránsito por la tierra.
Finalmente, en Bernasconi, le llegó el momento de despedirse de su actividad docente, callada y oscura casi siempre, pero por eso mismo mas grande en su eficacia, -era 1945-.
De allí en más, el descanso bien ganado, que le permitió reagrupar la familia que le quedaba, con los hijos, ya profesionales, o estudiando en Córdoba. Comienza así otra etapa; la de disfrutar de los triunfos de sus hijos, la de renovar las ternuras en los nietos y bisnietos, la de cultivar cálidos afectos con colegas y amigos de siempre.
Todos supieron de su alto espíritu resto y generoso, ya que, aún en su serena ancianidad, no retaceó colaboración activa y apoyo a escuelas, actos culturales, instituciones benéficas gremiales o vecinales.
Consideró esta, su activa vejez, una compensación para su corazón de madre y maestra que supo formar a su alrededor una verdadera trama de cordiales lazos siempre renovados y firmes.
Falleció el 10 de mayo de 1971, dejando un legado vigente en las distintas ciudades y pueblos donde vivió.
Fuente: Blog La Historia de Quines.
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