En cuarentena, quedate en casa. Desde Norte Puntano, te compartimos textos de autores de la región.
Juan Horacio Muñoz nació en Villa Dolores. Residió en cinco provincias argentinas, casado con una quinenses con quien tuvo dos hijos. En el año 2013 representó a la provincia de San Luis en los Juegos Nacionales Evita. Le gusta oservar la vida y costumbres de la gente y escuchar sus historia, en las que luego basa la narrativa de sus cuentos. En 2015, publicó “Las cuatro estaciones y otros cuentos”. Forma parte de la Asociación de Escritores de Quines.Sábado en Quines
Sábado por la tarde. Estoy aburrido. Salgo a la vereda y miro a mi alrededor. El sol ya se ocultó, seguramente agotado luego del trajín del día se fue a dormir. No llueve ni llovizna, no corre viento, tampoco la suave brisa del anochecer que suele inspirar a los poetas. Miro hacia el cielo y ya se ven algunas estrellas. La luna que suele acompañar a los enamorados, es solamente una fina línea curva, que también busca el horizonte para ocultarse. En síntesis, una tarde común, nada inspiradora. El Intendente “Don Julio” pasea en bicicleta con su mujer (no en la misma, claro, cada uno en la suya), saluda a algunos vecinos, (no es muy simpático, pero no fue elegido para hacer publicidad de algún dentífrico, lo importante es que administre bien). Ahora que lo pienso, esta costumbre del paseo en bicicleta, comenzó luego del último aumento de los combustibles. Una moto con escape libre cruza la esquina a gran velocidad, por milímetros no colisiona con un cuadriciclo que viola todos los artículos de la ley de tránsito, los que pueden saltan, los padres protegen a sus niños. Una camioneta con enormes parlantes en su caja de carga, termina de dañar los tímpanos con el elevado sonido de su publicidad: noche de boliche, noche de joda, tragos gratis, etc. La policía a media cuadra trata de controlar a los motociclistas que no usan casco, con un operativo muy anunciado con luces parpadeantes color azul, que pueden observarse desde gran distancia. Los infractores la ven y modifican su recorrido para esquivarlos. Beto, el dueño del Supermercado, golpea el mate contra el tronco de un árbol para vaciar el contenido de yerba. En la bicicletería apuran el último mate mientras consumen el saldo de los celulares con mensajitos. Macario, sentado en la vereda, en la puerta de su Rotisería, sueña con fantásticas campañas de River. Al lado, las chicas del negocio de venta de ropa, cuentan historias de la gente que pasa, como dijera una vecina: “le sacan el cuero a todo el mundo”. En fin, podría decirse que era una tarde de mierda, la verdad es que estoy de mal humor, “embolado” en lenguaje popular. Camino hacia la esquina, tratando de no resbalar en el inadecuado cerámico esmaltado utilizado en la vereda. Me paro a mirar hacia la Plaza. En el centro de la misma, Mario Morales, galardonado poeta local, recita sus versos ante la atenta mirada de dos pequeños niños que lo observan con preocupación, no entienden lo que dice, (los poetas escriben raro). Cerca de la esquina, una señora de cenicientos cabellos, portando un megáfono electrónico, predica sobre el inconveniente de consumir drogas, tener sexo a temprana edad, beber exageradamente, comer con glotonería etc. Pronto se dio cuenta de que nadie le prestaba atención, entonces se enojó mucho, le echó la culpa al diablo y lo comenzó a insultar: “me cag… en el Diablo y la repu… madre que lo pa…, hijo de una gran pu…”, todos detuvieron sus actividades y voltearon para mirarla, una sonrisa de satisfacción iluminó su rostro, había encontrado el método para llamar la atención. Yo observaba como estacionaban sobre las líneas peatonales, como si fueran adornos pintados sobre el pavimento, en momentos en que uno de los perritos de una vecina se prende de uno de mis talones, me garronea, como suele decirse, giro violentamente y ensayo el mejor patadón de toda mi vida, lamentablemente (para mí), el perrito es muy ágil y me esquiva fácilmente. Mi pie continúa su trayectoria ascendente, pronto le sigue la otra pierna, me elevo y caigo violentamente contra el piso de la vereda. Quedo inmovilizado, me duele todo, la pierna derecha, la cintura, el hombro izquierdo y todo lo que se pueda imaginar, quedando en una rara posición, que me asustó y me llevó a presentir un daño en mi columna. Decido quedarme inmóvil, igual no podía mover ni la lengua. Pronto observo una gran cantidad de caras que me observan desde arriba, escucho comentarios: -Que rara la posición en que quedó. -Seguro que se rompió la columna-dijo otro. – Uno me pregunta: -¿Todo bien? No puedo creerlo, estoy hecho mierda, como puede preguntar eso. Luego de varios minutos llega la ambulancia del Hospital con sirena y balizas encendidas, frenando estrepitosamente muy cerca de donde me encuentro. Esto era lo que faltaba para atraer al resto de los distraídos transeúntes. Momentos antes, el control policial se había trasladado a pocos metros, cortaron el tránsito vehicular y trataban de ordenar el espectáculo. Pronto se formó una fila de dos cuadras de gente que desfilaba para mirar mi lastimoso estado. Con gran dificultad lograron cargarme sobre una camilla que no era más que una tabla de madera, que lograron deslizar por debajo de mi cuerpo, no tenían lugar para agarrarme, me dolía todo y no sabían que tenía sano ni que podía estar roto. La dueña del perro causante de mi infortunio, llegó hasta el lugar y habló con un policía: -Me robaron a espumita, me robaron la perrita, no la encuentro por ningún lado. -Bueno señora, luego que traslademos al accidentado nos ocuparemos de su perrita. -Es pequeña y blanca como la nieve, es un caniche. -Bien luego vemos señora. Llegado al Hospital, el médico me revisó sin bajarme de la ambulancia, el aparato de rayos no funcionaba (cosa bastante frecuente), por lo que decidió mi traslado a la ciudad de San Luis. Me colocaron encima una manta, me amarraron y la ambulancia partió con gran escándalo, sirena, balizas y alta velocidad. Cuando llegamos a la ruta y nos alejamos un poco del pueblo, el chofer apagó la sirena, encendió un pucho y la radio, y se puso a charlar y tomar mate con la enfermera que nos acompañaba. En el Policlínico Regional de la ciudad capital, me atendieron rápida y eficientemente, en pocos minutos tuvieron en sus manos fotografías de todos mis huesos (radiografías), análisis y pronto llamaron de urgencia a los cirujanos, mientras preparaban el quirófano de traumatología. Estoy liquidado pensé. Pronto llegaron los médicos solicitados, y uno de ellos preguntó: -¿Cuál es el diagnostico, que hay que hacer? -Hay que extraerle un perro que tiene incrustado en la espalda. Días después me dieron el alta, caminaba ayudado con muletas. Cuando salgo por la puerta de la Guardia, el chofer de una ambulancia me pregunta: -¿Lo acerco a algún lado Don? -Vivo a 140 Km., no dejá, me voy a pata. ¿Pueden creer que el tarado éste se fue y me dejó solo, a las cuatro de la madrugada en la puerta del Hospital? Por suerte conseguí un taxi que me llevó hasta la Terminal de Ómnibus. Con mucha dificultad pude ingresar al gran salón, me dirigí hasta la escalera mecánica (las boleterías están en el primer piso), pero no me animé a subir, en eso pasa un pibe y lo llamo: -Nene, me podés comprar un pasaje, yo no puedo subir. -Bueno, no hay problema, deme la plata. Le di cien pesos y salió corriendo, en segundos desapareció de mi vista, el hijo de pu… me chorió cien mangos, era lo que faltaba para completar el finde. Una señora muy gentil me compró el pasaje y pronto estuve sobre un colectivo emprendiendo el regreso a Quines. Como decía, una tarde común y corriente ¿Qué puede ocurrir en un día así?
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