Acaudalada y generosa, tenía campos en el límite entre San Luis y La Rioja. Sus acciones hicieron que muchas veces “los colorados” no avanzaran hacia Candelaria, Quines, Luján y San Francisco.
Cuenta la tradición que Juanita Ávila fue una acaudalada mujer que heredó campos en el límite entre San Luis y La Rioja, espacios abiertos, de extensiones “hasta donde se pierde la vista” con hacienda vacuna, yeguariza, mular y bosques de quebracho.
Esta mujer soltera era descripta como buena y generosa. Vivió en la época de anarquía, de malones de mediados del siglo XIX. Sin embargo, nunca los colorados o llanistas le hicieron daño en sus bienes.
Según escribió María Inés Pérez Ligeon de Silva “cuando el malón venía avanzando hacia las poblaciones norteñas: Candelaria, Quines, Luján o San Francisco y Juanita estaba en su estancia de Baldecito de Ávilas nunca pasaban de allí. Es más, después de acampar y descansar regresaban a su campamento del monte“.
La razón que explica la escritora lujanera es que “Los colorados llegaban al guarda-patio de su casa en briosos y adornados caballos, los hombres con sus rojas vinchas y listados ponchos, armados de lanzas y facones. Ella amable y risueña, esbelta su pequeña figura salía los recibía diciéndoles: “Yo los veo muy guapos ¿a dónde van?”. Le contestaban “A Quines o Luján” Pero ella los invitaba a bajar, a que liberen y le den de comer a los animales y mandaba a sus servidores y criados a buscar la mejor vaquillona para que la gente coma. “Yo tengo vino sanjuanino”, agregaba. Y así los colorados comían y bebían y Juanita Ávila con el corazón palpitante los demoraba hasta que se terminaba la carne y, si hacía falta y no se iban, carneaba otra vaquillona“.
Al tercer o cuarto día debían regresar y Misia Juanita ya había hecho separar con sus muchachos 5 o 6 novillos para que arrearan las huestes a su vuelta, obsequio que les hacía.
Cuenta la tradición que los malones nunca le tomaron un animal de su marca sin su venia.
Legión de Silva calificó a Juanita Avila como “patriota”, “Con el corazón palpitante de emoción y temor, aquella mujer de pequeña estatura pero grande de alma defendía a las poblaciones norteñas demorando al malón y luego evitando su avance“, describió.
Dicen que Juanita se amargaba cuando el malón pasaba hacia los pueblos y ella estaba de viaje en Caucete, San Juan donde viajaba en su mula negra de marcha, ensillada con una silla de montar de artesanía sanjuanina sentada de lado con su falda larga acompañada de sus muchachos montados en mulas también con sus arrias cargados sobre los aparejos con las petacas de viaje que llevan su vestuario y su dinero. En San Juan pasaba largas temporadas.
Su servidumbre volvía a Baldecito de Ávilas trayendo cargas de barriles con vino, azúcar, harina y otros artículos para largo tiempo y cuando iba en su búsqueda llevaban quesos, charquis, telas tejidas a telar que se vendía allá.
Mísia Juanita Ávila, con sus miriñaques, mantones, vestidos de estilo colonial y mates de plata fue una mujer valiente en una época complicada para los habitantes del norte puntano.
Fuente: Tradicion y amor – Maria Ines Perez Ligion de Silva
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