
Nacido, un día como hoy, hace 102 años en Eslovenia, Juan Ogrín hizo de Quines su lugar en el mundo. Fundó el Instituto San José, impulsó el deporte, lideró con rigor y soñó con un pueblo educado. Aún hoy, su figura genera debate, respeto y memoria. Porque hay hombres que siguen preguntando, incluso después de partir.
Si uno camina despacio por el patio del Instituto San José, en una tarde cualquiera, puede que lo escuche. Que en un recodo del viento, entre el eco de un timbre y la risa de los chicos, su voz aparezca. Grave, pausada, exigente. Quizá dando indicaciones. O tal vez, ensayando con el coro, marcando el ritmo con una mano alzada. Porque Juan Ogrín no se fue del todo: se quedó en el aire que respiran los días quinenses.
Este 15 de junio se cumplen 102 años de su nacimiento en Ljubljana, Eslovenia. Y aunque vino del otro lado del océano, a Quines lo habitó como quien se sabe parte fundante de su historia. Fundó escuelas, organizó campeonatos, impulsó proyectos. Pero más que todo eso, moldeó una forma de ser y estar en comunidad. Lo hizo desde la fe, pero también desde una incansable capacidad de gestión y una tozudez casi bíblica.
Llegó en 1945, traído por el amor y el exilio, con su madre y su hermano Antonio. Apenas pisó suelo puntano, ya estaba caminando al futuro. Lo ordenaron sacerdote en 1950 y pronto comenzó a recorrer pueblos y caminos polvorientos en bicicleta: Villa Mercedes, Nueva Galia, Luján, Candelaria y finalmente Quines, donde ancló en 1952. Allí se convirtió en figura omnipresente durante más de medio siglo.
Dicen que era severo, que no regalaba elogios. Que tenía una visión de largo aliento y una economía de cortísimo margen. Pero también que sabía cuándo y a quién tender la mano. Que organizaba los números como quien escribe un salmo. Que tenía una fe tan concreta que parecía un plan de obra.
El Instituto San José, su obra más visible, nació en 1962. Pero más que un edificio, fue una idea: la de que un pueblo chico podía tener una escuela grande, una educación de calidad, un horizonte distinto. Durante 39 años fue su rector y maestro, dictando desde filosofía hasta francés, de religión a música. Formó generaciones que hoy lo nombran con admiración, con respeto… y a veces también con discusión. Porque Ogrín fue todo menos indiferente.
Fue el creador de las Olimpíadas Llanura Norte, en una época en la que hablar de deporte y salud era casi revolucionario. Fue el mentor de cientos de alumnos que aprendieron con él a leer, a cantar, a organizar. A veces a obedecer. Otras, a resistir. Porque también fue eso: una figura controversial, difícil de encasillar.
Lo reconocieron en vida, el 15 de junio de 2007, cuando el Honorable Concejo Deliberante lo declaró Ciudadano Ilustre. Fue un acto breve, pero simbólico. Era su cumpleaños número 84. Murió un año y tres meses después, el 19 de septiembre de 2008. Quedaron su voz, sus gestos, sus silencios.
Ogrín no fue perfecto. ¿Quién lo es? Pero fue profundamente humano, con un proyecto de vida tan integral que no entraba en una sola casilla. Para algunos, fue un referente. Para otros, una figura incómoda. Para todos, un hombre que hizo de Quines su tierra prometida.
A 102 años de su nacimiento, su recuerdo sigue pidiendo memoria y mirada crítica. Porque hay memorias que no son estatuas: son preguntas que nos siguen caminando por dentro.
¿Qué haría Ogrín hoy? ¿Qué soñaría para este presente? ¿A qué urgencia le pondría el cuerpo?
No lo sabemos. Pero sí sabemos que, como buen sembrador, sembró para un tiempo que no vería. Y aún florece. Porque en este rincón del norte puntano, donde los inviernos cortan y el sol pica, Ogrín sigue siendo parte del paisaje. Parte de la historia. Parte del alma.
Y eso, en Quines, no es poco.
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