

Por Mauricio Gutvay
Nunca fui amigo de Carlos “Gorila” Vara. Sin embargo, su muerte (hace exactamente 12 años un día como hoy) me dolió como a la gran mayoría de los quinenses. La partida de un hombre en la plenitud de la vida es siempre injusta y desgarradora, más aún cuando ocurre de forma inesperada, en un accidente que dejó un vacío imposible de llenar.
Nuestras vidas fueron distintas, pero el fútbol nos cruzó muchas veces. En la infancia, cuando él jugaba para la Escuela N°95 y yo defendía los colores del Instituto San José, su sola presencia en la cancha imponía respeto. Jugar contra la 95 era como enfrentar a la Argentina de Maradona o del mejor Messi. Junto a mis compañeros, Pablito Maldonado, el Magú Alume y Fereto Farías, sabíamos que era una batalla cuesta arriba, porque desde niño, Gorila ya marcaba la diferencia.
Más adelante, cuando empecé en el periodismo, tuve la oportunidad de transmitir sus partidos. Para entonces, él era un jugador consagrado vistiendo la camiseta del Barrio Estación. Recuerdo que al narrar sus goles, me gustaba decir: “Gorila con G de Gambeta, con G de Genio, con G de Gol“. Porque eso era en la cancha: un genio de barrio, de esos que regalan magia en cada jugada.
Nunca fuimos amigos, pero cada vez que nos cruzábamos, me demostraba su calidez humana. Tenía esa humildad propia de los grandes, la sencillez del que brilla sin necesidad de alardear. Era un buen tipo, y por eso su partida golpeó tan fuerte.
Cuando escribí mi libro de fútbol Un Gol Para Marina, sin darme cuenta, me inspiré en él para crear a uno de mis personajes más queridos: el Mono Márquez. Nunca imaginé su trágico final ni que, de alguna manera, terminaría inmortalizándolo en aquellas páginas, aunque fuera con otro nombre. Porque hay cracks de barrio que marcan épocas, que trascienden el deporte y se vuelven parte del alma de un pueblo.
Carlos nació el 28 de marzo de 1975 y falleció el 10 de febrero de 2013. Fue uno de los futbolistas más brillantes de la historia reciente de Quines. Formaba parte de una familia numerosa de nueve hermanos.
Su hijo Thiago, el año pasado, salió campeón con el club de sus amores, Estación, llevando en la sangre la misma pasión que hizo grande a su padre.
A doce años de su partida, el recuerdo de Gorila Vara sigue vivo en cada rincón de Quines. En una gambeta imposible, en el eco de un gol cantado con emoción, en el corazón de quienes lo vieron jugar y de quienes, aunque nunca fuimos sus amigos, sentimos que nos dejó algo de él para siempre.
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