En cuarentena, quedate en casa. Desde Norte Puntano, te compartimos textos de autores de la región.
Liliana Marín de Bourges estudió en la Escuela Normal de Maestros Nacionales Regional Sarmiento donde recibió los títulos de Maestra Normal Nacional Regional y Profesora para la Enseñanza Primaria y, en Mendoza, se recibió de Profesora de Educación Física. Ejerció la docencia durante 42 año. Encontró en la escritura la forma de expresión más auténtica a su sentir y pensar. El texto que compartimos forma parte de la Antología “Historias de San Francisco del Monte de Oro”.
El mejor vendedor
Como todo pueblo, San Francisco tenía una tienda de ramos generales, qué más qué tienda era mercería, lencería, tienda de ropa para bebés, niños damas y caballeros, artículos de blanquería, telas, lanas, zapatería, regalería, perfumería, artículos de librería, electrodomésticos, mueblería, alimentos envasados y artículos de limpieza y si la memoria no me engaña creo que hasta bicicletas.
Al frente de ella, un simpático señor, amigo de todo el mundo, voy a contar algunas de las anécdotas que tuve la suerte de conocer, presenciar o vivir personalmente. Tenía cuatro o cinco empleados pero él se multiplicaba para dar su atención personalizada a todos, podía estar con un cliente mientras atendía lo que pedía el otro, nadie salía de esa Casa sin haber comprado algo, y además con la certeza de que quienes entrábamos al negocio éramos clientes preferidos, considerados valiosos y únicos.
Cierta vez pasé por allí y vi que desplegaban una tela de fondo azul con margaritas blancas, cuando vi su calidad decidí comprarme lo suficiente para un pantalón y una chaqueta corta, antes de que me fuera siento al dueño que dice un empleado:
-Julio, esta tela retirela del estante, se manda toda Villa dolores, acaba de comprar nene para ella y no vamos a vender la nadie más.
Me fui feliz a mi casa y ese mismo día a la noche estrenaba mi flamante pantalón y chaqueta que yo misma me confeccionaba. Mis amigos me alabaron el buen gusto de la elección de la tela. El domingo siguiente fui a misa y enorme fue mi sorpresa cuando entre una señora de Banda Sur con su vestido azul con margaritas y cuello blanco, pensé que debió comprarlo en otra ciudad, pero al instante se abrió la puerta de la iglesia y entraron dos señoras del campo una con blusa y otra con vestido azul con margaritas blancas y tras ella tres niñitas con sus respectivos vestidos azules con margaritas blancas. Al salir de la iglesia andaba en la plaza corriendo una niña con un enterito azul con margaritas blancas. Este querido comerciante vendió no sé cuántas piezas de tela azul con margaritas blancas.
Otra vez un amigo compró un sacón marrón de una tela muy especial, con grandes bolsillos cinturón y charreteras. Ese sábado nos íbamos un baile a Candelaria, el amigo decía “esta noche soy un matador, todas las mujeres se fijarán en mí”. Creía que con su atuendo iba a ser el más admirado de la fiesta. Llegamos y, antes de entrar, vanidosamente nuestro amigo dijo “¿Que tal estoy?”. Pasamos por boletería y entramos al salón y ¡sorpresa! había estimó 10 muchachos de pie a un costado de la pista de baile todos ellos son sacones iguales, evidentemente el vendedor también había llegado hasta Candelaria, mi amigo indignado se sacó su abrigo, salió del baile y lo tiró en la caja de su camioneta.
Pero también quiero contar con otras facetas de este hombre tan especial: cuando él viajaba en su camioneta a San Luis siempre manejaba su chofer, que era uno de los empleados, o un amigo… y mucha gente conociendo la generosidad de este hombre iba por el negocio el día anterior al viaje y le decían: ¿señor, viaja mañana a San Luis? ¿me puede llevar? Y el comerciante respondía: “SÏ, tengo un lugar para usted” y si iban diez personas a los diez les decía que sí. Al día siguiente, a la hora acordada de salida, estaban todos los pasajeros listos. Entonces el dueño del vehículo, viendo que la camioneta con doble cabina se llenaba de pasajeros, le daba la orden al chofer que llevara a esa gente a San Luis y él viajaría otro día porque yo no cabía nadie más en la camioneta, y lo decía con una sonrisa como si el mundo fuese esta armonía de relación y creo que la vida también le sonreía a él; su negocio siempre fue floreciente y era un gran colaborador de instituciones y cuánto grupo pidiera ayuda. Pero nadie podrá sacarle el título de “mejor vendedor”; ¡su sangre marroquí le da una característica muy especial!
Él fue: Fortunato Salama.
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