
Tenía 56 años. Lo torturaron por un crimen que no cometió. Lo encerraron. Lo olvidaron. Y, sin embargo, Nelson Madafs resistió. Esta mañana, su cuerpo cansado dijo basta. Su muerte fue confirmada por la pedagoga Ayelén Toranzo Farmiga, la mujer que durante años puso el corazón donde el Estado había retirado el suyo.
El velorio fue esta tarde, en la sala de la calle San Juan 1291. El entierro, mañana, en el Parque de la Quebrada. Allí, en una parcela cedida por el Gobierno provincial, descansará quien en vida conoció todos los infiernos… menos el de la culpa.
Nelson Madafs fue un sobreviviente. En 1992 lo detuvieron por el presunto homicidio de Claudia Díaz, una joven de 15 años con la que había tenido una relación ocasional. La justicia —si cabe todavía ese nombre— actuó con violencia, prejuicio y urgencia. El juez Néstor Alfredo Ochoa ordenó su detención. La policía, sus torturas. Y el encierro, el silencio.
Pasó tres años privado de su libertad. Dos de ellos en prisión preventiva. Allí contrajo VIH por una jeringa malintencionada. El virus no fue el peor de los males. El peor fue haber sido culpado sin pruebas. El peor fue que Claudia Díaz estaba viva.
En 1998, la madre de la joven la encontró en El Caucete, San Juan: en pareja, con cuatro hijos, viva. Nelson había salido de la cárcel tres años antes, pero el daño estaba hecho. Demandó al Estado por daños y perjuicios. Pidió 199.999 pesos, un peso menos del límite legal. Años después recibió algo más, pero la inflación hizo su parte. Lo que se le devolvió en dinero jamás compensó lo que le quitaron en dignidad, en salud, en tiempo.
En los últimos años, con un cuerpo quebrado y escasos recursos, Madafs recurrió a la solidaridad. La pedagoga Ayelén Toranzo fue su voz, su escudo, su compañía. Con campañas, con redes, con gestos. Porque el Estado que lo encerró, no fue el mismo que lo cuidó.
Hoy, Nelson Madafs dejó de respirar. Pero su historia respira. En cada acto negligente de la justicia, en cada caso donde la prisión preventiva se convierte en condena, en cada inocente olvidado entre barrotes. Su nombre —que para muchos será apenas un titular— es para otros una herida abierta, una lección que nunca debió existir.
Nelson murió libre. Aunque tarde. Aunque roto.
Que la tierra, al menos, le sea leve.
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