
Un día como hoy, pero de 1951, se inauguraba el Centro Experimental “El Datilero” en el ingreso a Quines. A pesar del paso del tiempo y del olvido oficial, su historia persiste en las memorias de quienes trabajaron allí y en la silueta inconfundible de las palmeras que aún saludan a quienes llegan al pueblo.
A la vera de la Avenida Córdoba, justo donde Quines le da la bienvenida a los viajeros que vienen por la Ruta 20, se alzan todavía hoy, desafiantes y solitarias, las palmeras del Datilero. Ya no hay producción, ni obreros, ni instrumentos modernos. Pero hay algo más poderoso que resiste: la memoria. Este 1° de julio se cumplen 74 años de aquel ambicioso experimento que, durante un tiempo, puso al norte puntano en el centro de un sueño agroindustrial.
El Centro Experimental “El Datilero” fue inaugurado en 1951 con el objetivo de cultivar palmas datileras y producir en masa un fruto poco común en nuestras tierras, pero codiciado en climas cálidos. Detrás del proyecto estaban jóvenes ingenieros como Eduardo Julve, Eleodoro Miranda, Orlando Rodríguez y Ariel Urio, quienes incluso viajaron a Medio Oriente para traer los primeros plantines.
Durante sus años de esplendor, en el predio llegaron a trabajar más de 70 personas. Además de los dátiles, se cultivaban hortalizas, frutales, y funcionaba allí un centro meteorológico modelo para la época. El Ingeniero Julve, apasionado por el deporte y ex atleta olímpico, organizaba partidos de fútbol entre casados y solteros, con camisetas de Boca y River, como si fuera un ritual. Era tanto un centro de producción como una pequeña comunidad.
El predio cambió de manos muchas veces. En 1969, fue cedido a la Federación Agraria Argentina, y finalmente en 1993, el gobierno provincial lo remató, pasando a ser de propiedad privada. Su historia, sin embargo, no fue olvidada.
La memoria oral nos recuerda también a quienes construyeron el icónico arco de entrada, como don José Fiochetti y los albañiles Tuco Andino, Paulino y Críspolo Fernández, y Manuel Fiochetti, que con manos de piedra y cal dejaron una marca imborrable.
Hoy, cuando los autos pasan rápido y pocos saben qué fue ese lugar, el Datilero sigue ahí. No como un predio productivo, sino como símbolo de una época en la que se podía soñar en grande desde un pueblo pequeño. Una postal viva del Quines que fue y de ese norte puntano que nunca deja de sembrar ilusiones, aunque el fruto tarde en madurar.
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