
Este 31 de mayo se cumple un siglo del natalicio del padre Antonio Ogrín, aquel sacerdote que, desde una lejana Eslovenia, cruzó océanos para dejar huella en el norte puntano. Su vida fue breve, pero su legado perdura como una llama encendida en el corazón de quienes lo conocieron.
Nació el 31 de mayo de 1925. Su historia comienza en Europa, pero pronto se vuelve universal. Tras pasar por Italia, partió desde el puerto de Génova y llegó a la Argentina, tierra que lo abrazó y donde eligió quedarse. Fue ordenado sacerdote en San Luis, el 19 de marzo de 1951.
Hombre de saber y de espíritu, obtuvo el título de Licenciado en Historia Eclesiástica y Derecho Canónico. Su primera misión fue en Córdoba, aunque su destino estaba en el norte puntano: en Luján, donde acompañó a la comunidad con cercanía, compromiso y profunda humanidad. También ejerció su ministerio en Quines y Candelaria, pueblos donde aún se pronuncia su nombre con respeto.
No fue sólo un pastor, sino también un educador apasionado. En 1962, junto a su hermano Juan, fundó el Colegio Parroquial San José, en Quines, institución que ha marcado la formación de generaciones enteras. Allí enseñó materias como Historia y Psicología, siempre desde una mirada integral del ser humano.
Dirigió ejercicios espirituales en Buenos Aires, dictó conferencias en Mendoza y vivió con intensidad cada espacio en el que se le permitió compartir su fe y su pensamiento.
Falleció el 17 de abril de 1976, con apenas 51 años. A modo de homenaje, un barrio quinense lleva su nombre. Pero más allá de los rótulos y los recuerdos formales, Antonio Ogrín vive en la memoria afectiva de su gente. En cada aula del San José, en cada historia contada por sus exalumnos, en cada misa que aún lo nombra.
A cien años de su nacimiento, el tiempo lo ha vuelto semilla: aquella que florece en el alma de un pueblo.

los hermanos Ogrīn en Eslovenia

El Instituto San José, lo recuerda en esta fecha
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