
Foto Principal: Marcos Álvares

Por Mauricio Gutvay
¿Qué puede tener de especial este pueblo?, se preguntará el lector desprevenido. Ese lector que pasó por el mundo sin conocer la magia. Porque esto es así. Como en los cuentos maravillosos, no todos podemos verlo.
Los demás verán -sencillamente- un pueblo más. Alabarán los ríos, la tranquilidad o las montañas. Pero para decir que es el sitio más lindo del mundo les hace falta esa poción mágica. Esa fórmula que solo nos viene incorporada a los que nacimos aquí, o en su defecto, a aquellos que adoptaron a Quines con el alma.
Hoy cumple 257 años el lugar que nos cobija a todos, sitio de nuestros amores y nuestros sueños, del trabajo y de la amistad.
Hoy cumple 257 años el sitio que nos llena de orgullo. No siempre, es verdad… Porque eso también es parte del ser quinense. Hay días en que sentimos vergüenza, y en otros momentos indignación, y algunas veces amargura, y de vez en cuando enojo, y alguna vez desconfianza o impotencia, pero muchas veces pasa, y es justo decirlo: la mayoría de las veces se siente un placer infinito por ser quinense.
Orgullo porque en estos 257 años florecieron hombres y mujeres por los que se nos infla el pecho. Desde los tres granaderos a caballo que acompañaron a San Martín “Figueroa, Moreno y Pringuiles” –los recito de memoria como si se tratara de la delantera del equipo de los sueños-; hasta los gloriosos combatientes que nos defendieron en Malvinas (los que ya no están y los que cruzamos por la calle y nos enorgullecen como Domingo Torino y Alfredo Moreno)
Pasa, entonces, que al verlos o al recordarlos, se siente el inmenso placer de ser quinense.
O cuando el nuevo obispo llega a Quines y le alcanza estar un rato en el pueblo para decir: “Che, ese padre Juan Ogrín fue un hombre visionario y con una mirada puesta en el otro. Su paso por el pueblo dejó una huella importante”. Y entonces sonreímos. Como si los 12 años desde su partida no hubieran pasado, sabiendo que su legado sigue intacto y permanecerá por siempre.
Ahí sentimos el orgullo de ser Quinense.
O cuando el chulengo Juan Carlos Romero le canta a Quines y su voz nos llega al corazón. Cuando el Dr. Hugo Alume da cátedra en Buenos Aires. No solo como un gran oncólogo, sino también como persona. Cuando un grupo de gente, unidas por el amor y, por que no, también por el espanto se une para ayudar a los demás. Cuando un almacenero fía.
Cuando alumnos y docentes del Coro de Lenguaje de Señas Argentinas interpretan el himno. Cuando escribe María Luisa Isaac y en sus jóvenes 94 años tiene la fuerza de un huracán. Cuando Baroja agarra un pincel y hace magia, cuando se lee a Cristina Rodriguez, cuando Pepe Fernández acaricia la guitarra, cuando baila La Candelaria, La Estación Danza o Greta Durán.
Pasa, entonces, que se siente el inmenso orgullo de ser quinense.
No es siempre; es de vez en cuando; por momentos: cada tanto; no todos los días; a veces.
Cuando alguien de afuera construye su casa acá y se siente uno más, cuando te enteras que hay gente – como nuestros Bomberos Voluntarios– que se juega la vida por los otros.
Cuando la Bocha Leal recita que da gusto oírla; cuando Marcelo García, Lucio Figueroa o Manuel Ybañez hurgan en nuestra historia, cuando Marcos Alvares hace volar el dron y toma postales fascinantes, cuando docentes se comprometen y junto a sus alumnos proyectan y llevan el nombre de Quines a lo más alto en diversas actividades; cuando alguien se anima a levantar la voz ante las injusticias; cuando el personal de salud se pone al frente en una pandemia.
Pasa, entonces, que se siente el inmenso placer de ser quinense. No es siempre; es de vez en cuando; por momentos; cada tanto; no todos los días; a veces.
Cuando Lorenzo Díaz pedalea más rápido que el viento y cosecha elogios en tierras lejanas y una nueva generación de ciclistas demuestra que la tradición está intacta. Cuando la Asociación Pasión por el Basquet muestra que cuando las voluntades se juntan es posible creer en los milagros
Cuando Dimensión o Los Norteños resisten el paso del tiempo. Cuando Mario Ibañez, Pucho Gatica, Quito Valdez o la familia Carrizo hacen arte con la madera.
Cuando en verano, nos convertimos en Carnaval. Cuando somos Pastel Criollo o Mate compartido.
Cuando en la memoria reaparecen esos queribles personajes como Chichi Barrios, Trompin o Muchango.
Cuando el recuerdo de Ruben Domínguez nos sigue mostrando un ejemplo a seguir. Cuando un grupo de personas tiende sus manos solidarias. Cuando la Chimenea del Aserradero Santa María, se mantiene firme, enhiesta, burlándose del paso del tiempo.
Pasa, entonces, que se siente el inmenso placer de ser quinense.
No es siempre; es de vez en cuando; por momentos; cada tanto; no todos los días; a veces.
Cuando se construye un Centro Cultural o se recupera una biblioteca. Cuando se brindan posibilidades a los chicos y, al mismo tiempo, no se deja de lado a los viejos, cuando sale la Maratón de la Fe con Martiniano Valdez a la cabeza, cuando la inmensa Carolina Tobar García sigue dejándonos sus enseñanzas atravesando el tiempo y la distancia.
Cuando salís a la calle y sabés que vas a volver tranquilo a tu casa.
Pasa, entonces, que nos damos cuenta que estamos donde queremos estar…
¿Cómo no va a ser el lugar más lindo del mundo?
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