En cuarentena, quedate en casa. Desde Norte Puntano, te compartimos textos de autores de la región.
MARCELO RIVERO publicó siete libros. Autor de una de las pocas novelas de ciencia ficción de Argentina, titulada “MINEROS DE LA GALAXIA” ambientada en las viejas Minas de Oro de La Carolina. También escribió los libros “El Oro de Carolina”. “La Ruta del Granate”, ” Sarmiento y el Cura Oro en San Francisco del Monte” y “Mamá, te prohíbo que mueras”, entre otros. Fue docente en San Francisco, Luján y Quines. Falleció el 21 de agosto de 2017.
Máquinas de Cine con Historia
Cuento de un empresario de cine de los años 80
Corría el año 1979, cuando por esas cosas de la vida vine a recalar en el pueblo de Quines, a 150 kilómetros de la ciudad capital de San Luis y a 70 kilómetros de mi ciudad natal Villa Dolores.
En esa población del norte puntano contraté en alquiler, un gigantesco local ubicado en una esquina frente a la plaza principal, con el objeto de instalar una confitería bailable.
Siempre en alas de mi destino – si bien no creo demasiado en eso – y al recibir las llaves del salón, encontré en su interior una cabina de mampostería, edificada sobre cuatro columnas de cemento de casi tres metros de altura:
En una de las paredes de la misma – la que miraba al fondo del salón – se habían abierto varias escotillas o pequeñas ventanas de forma rectangular.
Como no se había construido escalera para subir a la cabina, busqué una de madera y trepé por ella hasta poder abrir la puerta que, aparentemente hacía mucho tiempo estaba cerrada.
Allí, en medio de sempiternas y espesas telarañas, se dibujaban en la semi penumbra, las siluetas de dos robustas máquinas para la proyección de cine en 35 milímetros…
Como si se tratase de una ocurrencia de Herbert Wells y su “Máquina del Tiempo”, voló de pronto mi imaginación, calcada de la locura de Wells, quien parecía desafiarme a poner en marcha la dupla infernal de viejos proyectores que, por cierto, “Eran del Tiempo” ya que hacía muchos años no se usaban.
Estaban instalados en paralelo, como en todos los cines de entonces y funcionaban a carbón, es decir mediante una especie de dos lápices negros colocados en soportes y con sus puntas enfrentadas, de tal manera que el operador, con sendas manos manipulaba dos perillas giratorias que le permitían acercar o alejar las puntas de los carbones, según fuera la intensidad de la luz que se necesitaba para iluminar el celuloide al pasar frente a la lente y proyectar la imagen sobre la pantalla grande, que no era otra cosa que la pared del fondo del salón pintada de blanco.
Una película de 35 milímetros venía en un saco de carpa con base de madera y contenía más o menos una decena de rollos de cinta, enlatados cada uno en un recipiente de hojalata con tapa, similar a una lata de dulce de batata.
Era el sistema que usaban las Distribuidoras de la Zona Cuyo: Metro Goldwin Mayer, Warner Bross, Twenty Century Fox, Artistas Unidos, etc.; para enviar sus películas a numerosas salas de cine de las provincias de Mendoza, San Juan y San Luis.
Una vez exhibidas las cintas, había que devolverlas a la ciudad de Mendoza por medio de colectivos que hacían transporte de pasajeros.
Periódicamente, había que viajar a dicha ciudad para elegir los films de los distintos sellos y hacer la programación para todo un mes.
Exhibir un film de 35 milímetros en aquellos años era todo un tema…y guay del operador que se confundía y proyectaba el final de la película en el segundo rollo, pues recibía en el acto una silbatina estridente y los gritos de un público exasperado y dispuesto a reclamar la devolución de la entrada.
Algo similar ocurría cuando el operador estaba distraído y los carbones se consumían y se separaban demasiado, haciendo insuficiente el arco lumínico, pues como consecuencia las imágenes en la pantalla se tornaban borrosas.
Todos esos detalles técnicos y muchos más, los aprendería tiempo después, a fuerza de pasar noches enteras limpiando y lubricando engranajes, como así también lustrando carreteles de acero, hasta dejarlos tan brillantes como un anillo de casamiento. Sin contar las noches que me pase pegando cortes de celuloide y cuadras de ese material, para luego enrollarlo debidamente y devolverlo a las Distribuidoras…
Pero ahora, permítaseme escapar de las telarañas y del mundo de sueños y fantasías de novel empresario que, como buen amante del cine, había construido en tan solo unos instantes, y también pedir licencia para retroceder en el tiempo hasta el lugar donde me esperaba el dueño de la sala para firmar el contrato.
En realidad, fue uno de los días más hermosos de mi vida.
Bajé presuroso e ilusionado por la escalera, hasta casi atropellar al locador que pacientemente me aguardaba abajo con unos papeles y bolígrafo en mano.
Era una persona muy buena y accesible que, con sexagenaria experiencia y envidiable humildad intento frenar mi entusiasmo juvenil y desbordante euforia cinéfila, poniéndole paños de agua fría a mi paranoia, con estas palabras:
“Mire, las maquinas están rotas desde hace diez años…si usted se anima a hacerlas reparar, en Mendoza hay quien puede tornear algunas piezas, pues no se consiguen repuestos…si logra hacerlas funcionar, úselas… Yo no le cobro nada.”
Me costaba creer en las palabras de ese buen hombre, que tamborileaban gratamente en mis oídos y que en lugar de desanimarme, solo habían conseguido convertirme en Empresario de Cine en un periquete.
Veinticuatro horas más tarde, estaba yo en la ciudad de Mendoza pactando la reparación de las maquinas.
A decir verdad me sentía muy grande al poder hablar personalmente con los Gerentes de las Compañías Distribuidoras, a efecto de programar las funciones para los treinta días siguientes, es decir cuatro fines de semana…
Pensaba en el viejo propietario del Cine Astral, que había quedado en Quines y que nunca viajaba a Mendoza para elegir las películas, sino que lo arreglaba de una manera muy sencilla a través de un escueto mensaje que escribía en un papelito e introducía en uno de los sacos de carpa de las películas devueltas a las Distribuidoras y cuyo texto era el siguiente:
“MANDEN BUENAS PELICULAS: MENOS BESOS…Y MUCHOS TIROS”
Al cabo de tres semanas, comenzaba a funcionar el “Cine Caravanas”, tal cual lo bauticé.
En lo más profundo de mí ser, sentía verdadero orgullo al haber respondido así al imaginario desafío del célebre escritor de ciencia ficción: Herbert George Wells.
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