
En el pintoresco pueblo de Quines, entre sus calles llenas de historia y sus gentes amables, ocurrió un suceso que aún hoy parece sacado de un guion de película. Corría el verano de 1954, y un acontecimiento inesperado marcó la vida del pequeño poblado: un avión atropelló a un hombre durante la inauguración de una pista de aterrizaje. Este relato, narrado por el historiador local don Lucio Figueroa, nos sumerge en un episodio tan inverosímil como real.
El escenario fue el barrio La Piedra Baya, donde el señor Pedro Cáceres, un conocido yerbatero de Misiones, tenía una propiedad. En esa tierra, en la década de 1950, se construyó una pista de aterrizaje que pronto se convertiría en el epicentro de un hecho sin precedentes. La inauguración de la pista, un día domingo de aquel caluroso verano, se celebró con una fiesta a la que asistieron aviones de varias provincias, incluyendo Córdoba, Mendoza, La Rioja y San Luis.
Desde temprano, el cielo de Quines se llenó de piruetas aéreas: el Tirabuzón, el Caracol, vuelos invertidos… Los asistentes, entre los que se encontraba un joven don Lucio, quedaron maravillados. El evento también ofrecía paseos aéreos, una experiencia emocionante para los valientes que se atrevían a surcar los cielos por veinte pesos.
Pero al caer el sol, cuando la fiesta tocaba a su fin y las familias comenzaban a retirarse, la tragedia se cernió sobre el evento. Un avión, que intentaba despegar realizando el mismo giro que sus predecesores, perdió altura de manera alarmante y terminó impactando contra un algarrobo. Bajo ese árbol, inesperadamente, se encontraba don José Amaro Olmedo, más conocido como Pedro Olmedo.
Marcelo De Dío recuerda aquel día “debo haber tenido 3 o 4 años pero me acuerdo como si fuera ahora, es como lo cuenta Lucio, en esa época se organizaban ese tipo de eventos que llamaban Pic Nic. El Club Unión Quinense estaba a cargo de la cantina, era ya casi la entrada del sol e iba terminando el picnic, todavía había muchísima gente y me parece ver el avión que no tenía cabina -era un avión de época- cuando venía volando cada vez más bajo de Sur a Norte, como si viniera del Muro”.
“La gente se asustó y produjo como una estampida, todos disparaban para cualquier lado, como si le dieras una patada a un hormiguero”, describe De Dío. “El avión paso rozando el techo de la cantina que era de lona y dentro había varias personas y cayó a unos 50 metros y golpeo al señor Olmedo”.
El impacto fue brutal. Olmedo quedó tendido en el suelo, inconsciente, con la cara cubierta de sangre y el brazo derecho gravemente herido. El comisario de entonces, don Pepe Álvarez, no tardó en detener al piloto, mientras los rumores sobre su estado de ebriedad circulaban entre los atónitos espectadores.
Olmedo fue trasladado al hospital de Quines y luego a Villa Dolores, donde pasó un largo período de recuperación. A pesar de las graves lesiones y un tornillo incrustado en el cráneo, que nunca quiso retirarse, Olmedo vivió 17 años más tras el accidente, llevando una vida relativamente normal.
Este suceso no solo dejó una marca en la historia de Quines, sino también en la vida de la familia Olmedo. Lisandro, el hijo mayor, tuvo que asumir responsabilidades adultas prematuramente, cuidando de sus hermanos menores y del dique nivelador El Muro.
El accidente de Pedro Olmedo se convirtió en una leyenda local, un recordatorio de la fragilidad de la vida y de cómo un evento festivo puede convertirse en una tragedia en un abrir y cerrar de ojos. Pero, sobre todo, es una historia de supervivencia y resiliencia, y de cómo una comunidad se une en tiempos difíciles.
En Quines, donde las historias se transmiten de generación en generación, la historia de “El día que un avión atropelló a un hombre” sigue siendo contada, no solo como una anécdota sorprendente, sino como un homenaje a aquellos que, como don José Amaro Olmedo, enfrentaron la adversidad con coraje y dignidad.
Fuente: Quines y el Paso del Tiempo de Lucio Figueroa /Redacción
Foto: Blog La Historia de Quines
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