
¿Un epifenómeno? – Parte I
Hablar de Covid 19 es, fundamentalmente, debatir sobre algunas certezas y muchas cuestiones desconocidas.Es necesario dejar en claro que es una enfermedad absolutamente nueva, con solo seis meses de inicio “aparente” (siempre y cuando no haya habido una voluntad manifiesta en esconder su origen temporal y la gravedad inicial del mismo por el régimen chino).
Entre las certezas encontramos:
– La predilección por personas mayores, especialmente de más de 65 años, y con enfermedades crónicas como diabetes y enfermedad cardiovascular.
– La poca afección que produce cuando la magnitud del inóculo es pequeña, y el paso sin mayores consecuencias en la inmensa mayoría de los niños sanos.
– Que es muy contagiosa, a nivel de algunas infecciones virales respiratorias, tales como la gripe o el sarampión.
– Que se transmite por secreciones respiratorias, y que son lechos fértiles para su transmisión las grandes aglomeraciones y espacios cerrados de personas.
Muchas más cosas se ignoran, tales como cuál fue su origen; la verdadera gravedad de la misma, es decir la letalidad de la enfermedad; si existe la posibilidad de desarrollar una vacuna; si disponemos de algún medicamento para afectar efectivamente el curso de la enfermedad; y si puede mitigarse por si sola -como ocurrió con infecciones previas por otros grupos de coronavirus como el SARS y MERS- o si deberemos convivir anualmente con ella como la gripe por el virus influenza.
Respecto al primer punto, es necesario dejar en claro a qué se refiere la letalidad de una enfermedad. Es una herramienta matemática que nos indica la real gravedad de una patología en términos de muertes que provoca, y no es sinónimo de mortalidad, por lo que no debe usarse del mismo modo. No soy epidemiólogo, pero intentaré aclarar esto. Si habláramos de la epidemia de Ébola de la República del Congo de los últimos años, veríamos que la tasa de letalidad ha llegado al 60% (han fallecido 6 de cada 10 infectados) mientras que la mortalidad específica por el virus no es tan importante (unas 3.300 muertes en una población de más de 90 millones).
Muchas de estas preguntas se podrán contestar dentro de algunos meses o años, y muchas seguirán sin respuesta.
Lo que está claro es que la principal herramienta inicial ante una situación como esta es, con bastante precisión, el distanciamiento social, que de ninguna manera impide la diseminación de la enfermedad, solo mitiga su velocidad de dispersión. Esto, y la enorme ventaja de haber objetivado la desolación provocada sobre todo en Europa y Estados Unidos, permitieron tomar algunas medidas de contingencia, como la incorporación de más camas de internación y fundamentalmente de unidades de cuidados intensivos.
Por lo tanto, pensar que no habrá más contagios y que estos -eventualmente- no llegarán hasta los pueblos más chicos es, por lo menos, ingenuo.
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